jueves, 3 de diciembre de 2009

El Vikingo de Stamford Bridge


Año 1066. Inglaterra aún tiene mucho camino por recorrer para ser la temible potencia que impondrá su ley al planeta, y por el momento es, para ponerlo en términos simples, una pelota que se disputa -por alguna extraña razón- todo mundo. Al morir el rey Eduardo el Confesor sin herederos, tres tipos inmediatamente brincaron ante la posibilidad de sentarse en el trono: Haroldo Godwinson, un tal Guillermo que realmente no cuenta para nada en esta historia, y, debido a que los Vikingos aún tenían un montón de influencia sobre Inglaterra, el Rey de Noruega, Harald Hardrada.

Haroldo tomó el reino para sí mismo, y esto obviamente encabronó horrores a los Vikingos, quienes consideraban que nadie podía ir al baño en las Islas Británicas si no contaban con la venia nórdica para hacerlo. Harald juntó una masiva armada y se dirigió como Huracán a Inglaterra, dispuesto a caerle con furia bíblica a esos taimados comedores de Fish n' Chips.

Como esto pero con más hachas y sangre

Las cosas transcurrieron como de costumbre para los intrépidos guerreros nórdicos. Acabaron con los ejércitos combinados de Northumbria y Mercia, y el pueblo de Scarborough fue arrasado, quemado, pillado, vejado, meado encima y devorado por buitres. Haroldo estaba a punto de ponerse a llorar, impotente ante los feroces hombres del norte que estaban agarrando su país como campo particular de juegos.

Sin embargo, quién sabe cómo y por qué artes (probablemente relacionadas con la ingestión generosa de Red Bull), pero la armada anglosajona se puso las pilas, recorrió una enorme distancia en un tiempo récord y encontraron a los Vikingos casi casi como al Tigre de Santa Julia en un lugar llamado Stamford Bridge.

Una horrible carnicería empezó. Los noruegos no sólo estaban completamente desprevenidos: la ley de Murphy los atacó en el peor momento, puesto que más de un tercio de sus compañeros, armas y armaduras se hallaban en sus naves, a más de un día de marcha. Los anglosajones avanzaron entre ellos como un cuchillo caliente en un oceáno de deliciosa mantequilla derretida, y los intrépidos noruegos comenzaron una retirada desesperada cruzando el puente que da nombre al lugar, esperando llegar a sus naves y preparar lo mejor que pudieran una defensa contra la armada británica.

Una vez que hubieran limpiado un lado del río, los Sajones se prepararon a terminar la obra. Sin embargo, no les resultaría fácil alzarse con la victoria. Sobre el estrecho puente de Stamford los esperaba un montruoso vikingo: hacha de doble filo en mano, su casco abollado por innumerables batallas, cubierto con duras pieles de bestias que uno sólo puede imaginar en sus peores pesadillas. Un Berserker; guerreros especialmente notorios por su fuerza, habilidad, y por ser víctimas (es un decir) de una furia incontrolable y destructora que los poseía en batalla, incapaces de detenerse hasta morir o acabar con todo lo que se moviera y estuviera a su alcance.


Hi guys

Los británicos, confiados en su superioridad numérica (cinco mil a uno, nada menos), avanzaron sobre el puente, seguros de que ese tipo era sólo otro obstáculo que barrerían sin dificultad. Pero al primer golpe de hacha y tras ver cachos de lo que eran anglosajones volando por todas partes, resultó claro que aquel sujeto no estaba para juegos. Lanzas, espadas, flechas y demás parecían no afectarlo: sus feroces ojos fijos sólo en la armada frente a él, dispuesto a morir con honor y ocupar su lugar en el Valhalla, con los oídos llenos de cantos nórdicos de antiguos héroes, y la sangre y tripas de sus enemigos derramándose por el puente, en el río Derwent y en toda la orilla que conseguían ganar los pocos afortunados sobrevivientes a sus salvajes golpes.

El campeón resistió casi una hora, con oleadas de guerreros sajones estrellándose contra él como aviones contra el WTC. Cansados, desesperados, probablemente encabronados de verse contenidos tanto tiempo por un solo hombre, los sajones se preguntaban cómo diablos derribarían al gigante. Como no hay armada en la que falte un improvisado, un industrioso soldado británico decidió aplicar la solución básica al enfrentar a cualquier jefe de videojuegos: atacar su punto débil. El inglés subió corriente arriba, echó un barril al agua, subióse en él y justo al pasar bajo el puente atacó con su lanza al poderoso campeón noruego en... bueno, el único punto débil que tenemos en común todos los hombres.

El Berserker cayó, y con él la heroica resistencia vikinga. Harald Hardrada fue muerto en la batalla por una flecha en la garganta, y la influencia Vikinga en las Islas Británicas llegó a su fin. Sin embargo, la historia no ha olvidado al anónimo gigante que combatió a cinco mil, de los cuales cuarenta perecieron en sus manos y sólo Dios sabe cuántos más acabaron lisiados.

Ya no hay batallas - ni hombres - como estos.

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