martes, 1 de noviembre de 2011

Recuerden, recuerden, el Cinco de Noviembre...

Nuevamente tengo que empezar viéndome como el sabihondo insufrible que a veces soy, trayendo a colación conocimientos que he tenido, gracias a esta memoria tan precisa que tengo, desde que los leí por ahí, en algún libro, periódico o revista.

La Noche de Guy Fawkes es una de esas cosas. Mucho antes de que la máscara de villanescos bigotes se volviera mundialmente famosa como símbolo de la resistencia colectiva y uniforme oficial de los miembros del colectivo Anonymous, yo ya había leído sobre ella y sus misteriosos poderes en una historia de James Dickson Carr. Había leído sobre la celebración del cinco de noviembre, los petardos y demás parafernalia. Y en un librito de fantasmas de la desaparecida Edivisión (gracias, por cierto, por algunos de los mejores libros de mi infancia), describían cómo en la lóbrega Torre de Londres, del cuarto donde fue torturado el conspirador aún se escapan, en ciertas noches, los lamentos, sollozos y palabras entrecortadas en las que delata a sus cómplices en la conjura para derrocar al Rey Jacobo.

Y, aún con mi fascinación por la historia, las conspiraciones y Alan Moore, nunca había tenido un interés especial por el asunto. ¿Que los ingleses tienen una fiesta en la cual queman una efigie y detonan fuegos artificiales y los niños salen a la calle a pedir dinero? Nosotros, y los de al lado, y los de enfrente también tienen algo así. Qué emoción.

Sin embargo, hoy la gran mayoría del "internetz" identifica la máscara, la fecha y, en parte, el motivo. Sería irresponsable decir que la versión cinematográfica de V for Vendetta -el cómic de Alan Moore que retoma el valor de la conjura real, adaptada a una moderna distopía totalitaria- es el responsable de esta repentina popularidad. Tampoco es válido decir que la gente se ha identificado con la máscara y túnica negra porque se ven padres. O, mucho menos, que son fans de la historia británica del siglo XVII.

Hoy, existe la perfecta posibilidad de que un símbolo cultural -sobretodo si carece de elementos que lo encuadren específicamente en un país, ciudad, región, etc- se convierta en un símbolo masivo gracias a la propagación popular y a la asociación de imagen-idea. Y que conste que aqui no hablo de la condenada manzana de Apple o el doble arco amarillo de McDonald's. Hablo de la fotografía del Che Guevara por Korda, los colores y el león Rastafari o el gato esquizofrénico de Radiohead. Pero la máscara y la túnica negra están ya en una categoría aparte: ante la ola mundial de protestas por la falla de un sistema político, social y económico, que convirtió al siglo XX en una fiesta de guerras, monopolios, y concursos transcontinentales de "a ver quién la tiene más grande", la sonrisa enigmática, el sombrero plano y el ropaje oscuro se han convertido en el símbolo de esta nueva especie de ser humano; el que ha tenido acceso a un mundo de información y se ha dado cuenta que todos podemos... no, corrijo, DEBEMOS tener acceso a cosas que por mero sentido común, deberían ser iguales: cobijo, comida, educación. Cosas que nos hacen humanos y no los animales literales de carga, trabajo y carne que la élite oligárquica mundial nos ha hecho creer que somos. Y que nuestras diferencias, con educación, inteligencia y diálogo no nos hacen peores, sino mejores. Que nuestra pluralidad nos hace más fuertes, y que el único equipo que existe realmente, es Team Humanity.

Y esta popularidad no es gratuita: Anonymous actúa, y aunque sus métodos podrán hacer levantar la ceja a más de uno, sus motivos rara vez lo hacen: han atrapado a pedófilos, denunciado gobiernos corruptos, apoyado siempre la difusión de la verdad mientras ésta no dañe a terceros, y además denunciado a grupos que SI pueden tacharse de malignos, como la Iglesia de la Cienciología o diversos grupos criminales, siempre usando el cerebro y la resistencia civil contra las armas y los métodos brutales, Y más importante que nada, promoviendo la libertad de expresión y discurso. Cosas que todos deseamos.

Yo nunca he sido creyente de la guerra ideológica que dividió al mundo el siglo pasado. No hay nada que me resulte más molesto que estar con un comunista y un capitalista oír el batiburrillo de datos, nombres, opiniones y retórica barata que siempre acompaña una situación así. Y quiero creer que no soy el único, que parte de el cambio mundial que se requiere -porque, seriamente, no somos los únicos jodidos de alguna forma en este momento- viene precisamente de un cansancio de tanta estulticia, tanta avaricia y tanta estupidez del pasado. Que la gente quiere gobernar, que nuestra inteligencia colectiva es mayor que unas cuantas figuras que se han empeñado en sacralizarse y ponerse como líderes, jefes o santos, y que han conducido a miles a la pobreza, la muerte, la guerra y la enfermedad.

Y aunque estos mismo gobiernos y personas han empeñado en ponernos "días mundiales" de cualquier cosa, para lavar sus responsabilidades (¿Día de la Mujer? ¿Día de no fumar? ¿Día del agua?) y sus consciencias, nosotros, los ciudadanos, sin que nadie nos dijera, hemos coincido en señalar una fecha -una fiesta originalmente inglesa, que incluso también ha sido desvirtuada por la invasión del Halloween estadounidense- como nuestra fiesta mundial. El día que no olvidamos jamás, porque celebramos a un solo hombre, representante de una mayoría invisible y ninguneada, dispuesto a enfrentarse, con todas las consecuencias, a esos pocos que concentran absurdamente no sólo el poder, sino también la voluntad y la mente de esa mayoría.

Así que yo si lo sugiero: recuerden, recuerden, el Cinco de Noviembre...