domingo, 27 de diciembre de 2009

221B Baker Street

"To a Great Mind, nothing is little"

- Arthur Conan Doyle, Un Estudio en Rojo.

Siempre me llamaron la atención esos cuatro libros, colocados con reverencia en la parte más atestada del librero, compartiendo el anaquel con libros de Disney (de la hoy extinta editorial Novaro, que hacía los libros para niños más BADASS del mundo) de cuando tenía cuatro años y que mi abuelo me leía, material de ingeniería de mi papá, el Diccionario Enciclopédico Ilustrado de Reader's Digest o la colección Maravillas del Mundo Natural de Time Life. Sin embargo esos cuatro libritos me llamaban, porque en sus lomos leía yo títulos que conocía de oídas, títulos que en la tele (antes en la tele si se hablaba de cultura, aunque sea un poco) había oído o visto mini adaptaciones en esas loquísimas animaciones que pasaban los sábados en la mañana en Imevisión, o de los que mi mamá me hablaba con respeto y fascinación. Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino (el mejor libro que jamás van a leer en sus vidas), El Jorobado de Nuestra Señora, El prisionero de Zenda, Las Narraciones Extraordinarias, El Libro de la Selva, entre otros clásicos. La colección respondía al nombre de "Libros eternos para la Juventud" y recuerdo que la razón que me hacía no leerlos era porque Las Narraciones Extraordinarias contenían unas ilustraciones de quiensabequién (más tarde me encontré al mismo sujeto al leer El Halcón Maltés) que eran francamente estremecedoras. Qué onda con todas esas cabezas flotando, las severas e irregulares líneas negras, los rasgos torturados y con un leve brillo de insania de los personajes. La sola vista de esas litografías me hacía creer que esos libros escondían terror puro.

Sin embargo, el Volumen 1 tenía Los Grandes Casos de Sherlock Holmes, y entre las páginas más maltratadas de los cuatro libros había un título que me intrigaba: "La Aventura de las Figuras de Bailarines". Me intrigaba no sólo que estuvieran manchadas de humedad y un polvo café que nunca le he podido limpiar, sino también el hecho de que, a intervalos regulares en el texto, se encontraba esto:



Nunca, en ningún libro que hubiera yo leído antes, había visto algo así. Aquellas figuras me llamaban la atención, así que un día decidí dejarme de tonterías y leer acerca de ese tal Sherlock Holmes del que (obviamente) ya estaba tangencialmente al tanto de su existencia.
Me volví devoto de inmediato. Ese no era el tipo que tanto se ha parodiado, inglés hasta el punto del ridículo, con un compañero leal pero ingenuo, y con personajes complementarios y antagonistas caricaturescos. Éste era un genio, obsesivamente dedicado a la pasión de su vida, desentrañas la verdad tras la apariencia de las cosas, con una lógica fría y calculadora que no estaba exenta de un parco pero sempiterno humanismo, una especie de conmovedora convicción de que tales dones se debían poner al servicio de los demás. Y ni hablar de Watson, un médico militar siempre dispuesto a saltar a la acción, tenaz como sabueso y con la suficiente sensibilidad como para ser el cronista de las andanzas de la mente más fascinante que haya surgido en la literatura, y único verdadero amigo del genial investigador.

Tomemos esas figuras de bailarines. Donde cualquier otro veía simples garabatos, Holmes veía códigos, alfabetos cifrados y un sistema encaminado a un objetivo, que por regla general era de tintes siniestros. Y cada caso no sólo representaba un nuevo reto, una nueva aventura, sino también un vistazo a algunos de los rincones más oscuros del corazón y la razón humana. Porque Holmes se enfrenta varias veces a gente que es casi tan genial como él, pero inescrupulosa y sociopática, lo cual sólo hace pensar que cuanto mayor el conocimiento, mayor la necesidad de imponerle cerrojos. Y sin mencionar que, aparte, es un buen boxeador, tiene una respetable fortaleza y condición y no teme usar la rudeza si es necesario.

Y ahora que está a punto de estrenarse la cinta de Guy Richie que pone al Detective en una nueva luz (un proceso común y cíclico para todos los personajes arquetípicos), debo decir que me da gusto porque al fin veré una versión donde se retrate a Holmes como lo que es, y no como el intelectual lejano y eminentemente cerebral que ha alejado a la gente de leer sus victorianas, opiómanas y lodosas aventuras en el brumoso Londres del XIX.

Oh, y, naturalmente con el tiempo leí también Las Narraciones Extraordinarias. Y, obviamente, me hice fan también de M. Dupin.


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