sábado, 19 de mayo de 2012

El Pueblo no es violento...

El Ángel nos daba la espalda, concentrado estoicamente en el mar de gente que desbordaba Reforma desde Insurgentes. Ajeno al pequeño drama que se desarrollaba en la escalinata poniente de su pedestal.

Dos efigies de cartón colgaban, grotescas, deformes, invitando a los peores instintos de la gente. Todos los ahí reunidos recelaban algo. El joven, la falta de educación y oportunidades. La madre, la inseguridad, y la falsa imagen de la vida ideal de la mujer encarnada en la "candidata" a esposa de presidente en turno. El trabajador, las corruptelas y burocracia que encarnaban en el candidato ahí representado en papel de colores y pegamento. La gente que vino desde el Estado de México, por supuesto, se acordaba de estas cosas y muchas, muchísimas más.

Por un instante, todos se quedaron estáticos. Los monigotes pendían de un palo, el sol capitalino de la tarde tostándolos a todos, encendiéndoles los ánimos. "¡Fuego!" gritaron.

Se agitaron brazos, se cerró más el cerco humano en torno a las efigies, y alguien las descolgó. Las cámaras se alzaron, todas queriendo retratar los muñecos antes de que fueran cenizas. Ya se buscaban cerillos, alcohol, encendedores, lo que fuera.

Y prevaleció la razón.

Un hombre se acercó y dijo, con mucho seso, que esta era violencia, aún contra Judas de cartón, y que la marcha, hasta ahora pacífica y respetuosa de negocios, monumentos e integridades físicas, iba a verse satanizada irremediablemente si alguien siquiera acercara una llama a diez centímetros de las figuras. La gente quería, sin embargo, hacer ALGO. ¡No podían haber llevado esas figuras ahí, y dejarlas así como así! Surgieron voces acerca de hacer piñatas ("¡Para los niños!" sugirió uno de los que apoyaban la dicha moción), arrastrarlos por la escalinata, o jugar fútbol con la cabeza del candidato sobre Reforma. El mismo hombre que había sugerido no hacer nada y simplemente seguir exhibiendo la fealdad y ridiculez de las copetudas y fresas efigies se acercó al hombre que las portaba, y solicitándole con mucha política su altavoz, se dirigió a la multitud concentrada frente a él, ahora más compacta, animosa y mayor en número.

- ¡Compañeros! ¡No manchemos nuestra manifestación con violencia! ¡Ya estamos hartos de ella! ¿No es así? ¿Qué creen que hará la televisión con imágenes de nosotros, quemando estas figuras y riéndonos como animales? ¡Manifestación pacífica, compañeros! ¡No más violencia! ¡No más violencia!

La multitud se unió al coro, alzando el puño. Que los impulsos de los ciudadanos de la capital, prendidos por el fervor y el número, se vieron templados por la razón y la prudencia. No dudo que, pese a los deseos de la gran mayoría de la población, un juicio y una sentencia justa a los criminales de cuello blanco, políticos,     burócratas, policías desleales y demás alimañas, es con lo que la gente se conformaría, y el inicio de un cambio en nuestra percepción y acercamiento a la justicia. No fue el único incidente dramático de esta suerte, pero yo estuve en medio del tumulto presenciándolo, y puedo dar fe que, al menos desde mi punto de vista, todo mundo ahí iba más con las ideas de justicia, transparencia, fraternidad y tolerancia, que la venganza, las mañas, las rivalidades y la agresión.

El hombre que había tomado el altavoz, muy moreno, enjuto y de gafas discretas, con un saco un poco pasado de moda, se lo devolvió con amable agradecimiento al hombre que sostenía los monigotes. Salió de la vista de la multitud, y aún se detuvo un momento a mirarme, pues estaba yo justo en su camino.

- Chale -me dijo con aire distraído-, lo peor es que de cualquier forma sí voy a salir en televisión...


- México, D.F. 19 de mayo.