martes, 3 de noviembre de 2009

El Diablo

Hace rato me encontré con el Diablo en persona en la calle. Me saludó con mucha política, muy elegante en su fedora y abrigo, y me pidió un cigarrillo, pues el frío calaba hasta los huesos, dijo. Se sentó a mi lado en la banca donde esperábamos ambos la micro, prendió su cigarrillo con un encendedor dorado con un par de alas grabadas, aspiró con delicia el humo y miró con afecto la brasa encendida.

- Estas cosas matan, ¿sabes? - dijo.

No supe qué contestar. ¿Qué le dices al Diablo? "Oh pero usted seguro no tiene problemas de ESA clase, ¿verdad?". El Diablo seguía mirando la brasa, expulsó el humo, y con total y lenta deliberación dio otra calada al cigarrillo. Entonces se volteó a verme.

- El mío es un trabajo aburrido, ¿sabes?

Me lo imaginé sin necesidad de que me lo contara por completo. Como la micro nada más no pasaba, saqué yo también un cigarrillo y me dispuse a hacerle compañía a Lucifer. Él, sin embargo no notó el gesto; seguía mirando con cariño la brasa despidiendo volutas azules de humo que se desvanecían en la oscuridad y continúo hablando, más para un amigo largo tiempo perdido que para mí o para él mismo.

- ¿Has visto a esos tipos que van en la basura, sacando lo que pueden? Yo tengo que hacer eso. Cada tres décadas sale un Hitler o alguien por el estilo, y me la ponen más fácil. Pero la mayor parte sólo es desecho, ¿sabes? Nadie está interesado en el Infierno.

-Yo lo estoy - dije.

El Diablo miró su cigarrillo de nuevo, ahora con una mueca irónica.

- No. No lo estás. Los que dicen que lo están piensan que el Infierno debe ser interesante, o divertido. No es ninguna de las dos cosas. Es aburrido, genérico y totalmente anodino.

Me quedé callado. Belial sin duda disfrutaba esto. No me cupo la menor duda que tenía rato sin desahogarse con alguien. La micro que llevaba a a mi casa pasó, pero la dejé ir. No cualquier día el Demonio se sienta a platicar con uno, después de todo. Ambos dimos una calada al cigarrillo en un silencio nada incómodo, y el humo llenó el negro de la noche al salir expelido de nuestros pulmones.

- ¿Sabes que es lo estúpido de todo esto? Que lo hago porque se supone que me gusta. Porque es lo que decidí hacer, y no lo que me dijeron. Y aún así, una eternidad después, me siento insatisfecho. Nadie me cree, nadie dice "hasta aquí, güey" y nadie es capaz de disparar un tiro de inconformidad con lo que siempre ha sido. Me siento desilusionado de la humanidad y su tan cacareado "libre albedrío". El Jefe les dio eso, y por un rato se contentaron con hacer como que obedecían. Se rebelaron, y por un tiempo parecía que eran felices, hasta que se dieron cuenta que no lo eran, que sólo son borregos creyendo que siguen un plan mayor, deslices en el vasto caos de la existencia. Y yo que pensaba que habían aprendido algo...

Otra micro se detuvo. Tiré el cigarrillo sin terminar, me despedí torpemente de el Diablo y subí al transporte. No era que no quisiera seguir escuchándolo, pero a las ocho de la noche con un frío de mil demonios, oír al Diablo ponerse emo no entraba precisamente en mis prioridades. Sentí su mirada seguirme al subir a la micro, y cuando ésta se ponía en movimiento, alejándome del más fortuito encuentro de mi existencia, aún pude verlo sentado, el aire taciturno, fumando desesperadamente. Y me gritó, ya cuando doblábamos la esquina, "¡No olvides que de cualquier forma, te esperamos!"

Aún no sé si aceptar su invitación, pero seguro que las fiestas en el Infierno deben ser lo más alegre del mundo, considerando que deben alegrarle la vida a alguien que se pasa casi todo el tiempo quejándose de lo burocrático y decepcionante que resulta el tejemaneje de la existencia.

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