Me vale lo que repitan con un sonsonete de "le hace falta ganar un mundial". La Copa del Mundo está sobrevalorada un poco. Brasil la ha ganado cinco veces y son nuestros clientes (lean las estadísticas de los últimos años, incluidas selecciones menores). Italia tiene cuatro y son el equivalente a usar el "one win button" en fútbol. Bleh.
En mi opinión, lo que hace grande a un jugador es su amor y respeto a un club. Ésa es la verdadera camiseta de un futbolista, la única patria que realmente escoge, y que por tanto defiende con todo. Lio ha dicho siempre que quisiera estar toda su vida en el Barcelona, la casa que lo ha formado, y a la que le ha dado tanto. En clubes se compite con más garra, con otra entrega, la que sólo puede dar el barrio, la ciudad, o la ideología particular de un club (qué tal las mexicanísimas Chivas, los Pumas tan identificados con la formación de jóvenes o el América con castrar a toda la banda -si, hasta los ojetes tienen derecho a juntarse-). Ninguna de estás cosas las da una selección, a menudo representativa de países o sociedades demasiado complejas y heterogéneas.
Lo que pasó ayer en el Camp Nou, aparte de una sublime muestra de virtuosismo y de auténtico genio, es la prueba fehaciente que los verdaderos grandes jugadores -al igual que los grandes artistas o científicos- no son mercenarios ni valores intercambiables, sino que se entregan en cuerpo y alma a quien les da su verdadero valor. Y que, finalmente, ser agradecido no tiene porqué ser una característica de la que adolezcan los semidioses y los genios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario