miércoles, 7 de abril de 2010

Lio Messi

Había dicho unas cuantas entradas atrás que Zinedine Zidane es el mejor jugador que he visto. Rectifico. Lionel Messi es el mejor jugador que he visto.

Me vale lo que repitan con un sonsonete de "le hace falta ganar un mundial". La Copa del Mundo está sobrevalorada un poco. Brasil la ha ganado cinco veces y son nuestros clientes (lean las estadísticas de los últimos años, incluidas selecciones menores). Italia tiene cuatro y son el equivalente a usar el "one win button" en fútbol. Bleh.

En mi opinión, lo que hace grande a un jugador es su amor y respeto a un club. Ésa es la verdadera camiseta de un futbolista, la única patria que realmente escoge, y que por tanto defiende con todo. Lio ha dicho siempre que quisiera estar toda su vida en el Barcelona, la casa que lo ha formado, y a la que le ha dado tanto. En clubes se compite con más garra, con otra entrega, la que sólo puede dar el barrio, la ciudad, o la ideología particular de un club (qué tal las mexicanísimas Chivas, los Pumas tan identificados con la formación de jóvenes o el América con castrar a toda la banda -si, hasta los ojetes tienen derecho a juntarse-). Ninguna de estás cosas las da una selección, a menudo representativa de países o sociedades demasiado complejas y heterogéneas.

Lo que pasó ayer en el Camp Nou, aparte de una sublime muestra de virtuosismo y de auténtico genio, es la prueba fehaciente que los verdaderos grandes jugadores -al igual que los grandes artistas o científicos- no son mercenarios ni valores intercambiables, sino que se entregan en cuerpo y alma a quien les da su verdadero valor. Y que, finalmente, ser agradecido no tiene porqué ser una característica de la que adolezcan los semidioses y los genios.

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